Avanzadora

Rosa Mária Badillo Baena

Cuentos de Sabiduría

                                                               LA ESTRELLA QUE CAYÓ AL MAR

Había una vez una estrella que se miraba en el mar. Desde el firmamento observaba las aguas y en ellas veía algo resplandeciente, tan luminoso y radiante que sólo soñaba con tocarlo.

-¿Podré llegar a él alguna vez? -Se preguntaba el astro-. Su resplandor es tan hermoso y divino que tengo que llegar a él como sea -se decía la estrella-.

-Aquella misma noche la estrella se despidió del infinito para realizar su sueño, que tenía más poder sobre ella que su propio existir.

Y se tiró al mar renunciando a todo. Pues le esperaba vivir la experiencia más maravillosa que cualquier estrella pudiera imaginar -al menos así pensaba ella -.

La estrella conforme se acercaba al mar, veía que la fuente luminosa se hacía cada vez más grande y radiante. Pareciera que abría más y más sus brazos para acogerla.

-¿Quién era? ¿Quién la esperaba? -Se preguntaba ante tanto fulgor -.

Pero, la estrella cayó al mar y no encontró nada. La luz había desaparecido en un instante. En ese momento, sintió que su viaje había sido en vano, que todo había sido un espejismo.

Comenzó a llorar desconsolada y al mirar sus lágrimas lilaceas que se confundían con el azul, descubrió de nuevo el resplandor.

Pero, esta vez se dio cuenta que era su brillo lo que había anhelado toda su vida. Lo que siempre había pensado que era de otro, era lo que ella tenía dentro.

La estrella se encontró a sí misma en el mar. En la inmensidad del océano halló la luz de su corazón.

Os preguntaréis si regresó al cielo. No, porque había encontrado su propia luz.

Ya no tenía que volver al firmamento, pues en cualquier lugar que estuviera:brillaba con luz propia.

El árbol que se bebió las estrellas

 

Cuenta la voz del viento que hubo una vez un árbol que se bebió las estrellas…

Esta es la historia de un hermoso manzano que daba hermosas manzanas rojas, tan hermosas, tan hermosas, que todos los niños y las niñas que las veían, querían cogerlas y comérselas.

En verdad, era el árbol más bello de aquel lugar. Sin embargo, él no estaba contento consigo mismo, porque, aún, no había logrado realizar su gran sueño: alcanzar las estrellas.

Todas las noches, el manzano intentaba estirar sus ramas para tocar los luceros. Y al sentir que no podía llegar hasta el cielo iluminado, luchaba con la tierra para sacar sus raíces que lo tenían prisionero.

Su sueño, ¡parecía tan imposible!… Aún así, no sabía lo que era el desánimo, y el manzano no dejaba de intentar ser más ligero que un pájaro.

Así que un día decidió tocar su tronco como si fuera un tambor. Hizo un esfuerzo tremendo para que las ramas más bajas golpearan su talle, con la esperanza de soltar todas sus manzanas, que eran un lastre para él. “Sonó y resonó en todo el campo durante un buen rato. Pero, cuando miró al suelo, ¡sólo había caído una manzana!.

¡Qué decepción! Sin embargo, el árbol no se rindió, lo intentó de nuevo. Esta vez esperó que soplara el viento del norte, seguramente, él le arrancaría todos sus frutos. Cuando azotó el vendaval lo hizo más fuerte que nunca; y el manzano se abandonó a su azote muy gustoso.

Después de cesar la ventisca, el manzano miró ansioso a sus pies, pero, ¡solo habían caído dos manzanas! ¡Qué triste se sintió!, hasta dejó caer hojas como lágrimas. Tras esta experiencia, pensó que nunca se llenaría del brillo de las estrellas. Entonces, se volvió hacia dentro y cerró su alma de árbol.

Una tarde escuchó un pío pío incesante que se acercaba hasta él. Era una bandada de pájaros azules que habían cruzado el mar y habían tomado el color de océano. Por el esfuerzo realizado, tenían tanta hambre que se posaron en el manzano y en un santiamén devoraron todos sus frutos.

El árbol se sorprendió de una ayuda tan inesperada, pero, mayor fue su asombro cuando miró al suelo. Pues, descubrió, maravillado, que dentro de sus frutos estaban todas las estrellas de sus sueños*.

 

*Este cuento está inspirado en la historia que me contó una maestra llamada Margarita. Por lo visto, su madre, para que comiera manzanas, siempre le decía que el árbol del manzano logró alcanzar las estrellas y se las comió. Por eso, las manzanas tenían estrellas dentro. Y así se lo demostraba cuando las abría.

Para contar el cuento, y mostrar a los oyentes que, efectivamente, las manzanas tienen una estrella dentro, se pueden llevar varias manzanas a la cuentulia y partirlas delante del auditorio. Hay que contarlas de forma transversal para que se dibuje esta figura en su corazón. Yo suelo utilizar las manzanas “Fuji” que son las más proclives a tener la forma de estrella en su interior.

 

                                                           LAS ALAS INFINITAS DE LA LIBERTAD

Érase un caballo blanco que estaba atado a la cuerda de su amo. El caballo sufría tanto por su esclavitud, que decidió romper sus ataduras. Pues llegó hasta el punto de que prefería la muerte a su prisión. Así que se arriesgó y escapó.

El caballo blanco corrió por las praderas desafiando al viento. Cuando se detuvo, sintió sed y, por primera vez, bebió agua fresca de un riachuelo; también sintió hambre y, porprimera vez, rozó con su hocico la hierba apetitosa de los campos y pastó con deleite en completa libertad.

¡Era tan feliz¡, que comenzó a sentir cosquillas de alegría en su lomo. Lleno de júbilo miró a su espalda y se dio cuenta que le estaban creciendo alas. Entonces, sintió tal impulso que empezó a galopar y galopar de alegría hasta llegar a lo alto de la montaña. Mientras tanto sus hermosas alas blancas iban creciendo sin parar.

Subió a la cumbre y contempló el bellísimo atardecer. Las nubes lo invitaban a volar y él no tuvo miedo. Retrocedió para coger fuerzas y galopó hasta lanzarse al espacio. Tuvo valor para alzar el vuelo y descubrió los planetas. Rozó con sus alas a las estrellas y aprendió su canción.

Luego, volvió a la Tierra y sus alas eran tan inmensas que parecían nubes gigantes despertando a las auroras. El caballo alado volaba sobre los pueblos… Y era tanta su gratitud a la vida, que de cada una de sus plumas caían lágrimas de felicidad.

Era tal la bondad de sus lágrimas, que al caer sobre la tierra árida nacía un manantial de vidad. Se dedicó a recorrer los lugares más secos y pedregosos del planeta, para que surgieran pozos en los desiertos. De todas partes lo llamaban y en todas partes nacía un manantial.

Quién bebía de aquella fuente sentía nacer en su pecho el frescor de la hierba, surcado por un reguero de agua donde podía saciar su propia sed. Quién bebía de aquel manantial, descubría su pozo interior cuya naturaleza es interminable. De esta forma, el caballo blanco alado, quedaba en todos como una semilla transformadora; como una cálida llama que alumbra en los días más fríos de la vida.

Por eso, cuando aquel ser maravilloso partía, todos los habitantes del lugar que había visitado, salían a despedir a su bienhechor. El mágnifico caballo agitaba sus alas blancas, en señal de despedida, para alejarse suavemente. Y los seres humanos veían como sus alas seguían creciendo en la eternidad…

Sabed amigos y amigas, que hay cuentos que no acaban porque las alas de la creatividad son infinitas, como son infinitas las alas de la libertad.

LOS ZAPATOS DE GABRIELA

 

Érase una vez una niña que vivía en una cueva. Se llamaba Gabriela y vivía escondida del mundo. Ella escuchaba todos los días pasar a la gente delante de su oscura morada. A veces, se detenían a charlar, a reír, a jugar; parecía que disfrutaban de la vida. Gabriela los veía desde el filo de la oscuridad; pero, no se atrevía a salir… Sencillamente, porque no tenía zapatos.

Curiosamente, delante suya había un montón de pares de zapatos de todos los colores. Sin embargo, por mucho que buscaba ninguno le servía. No encontraba nada que le estuviera bien. Unos eran de niño, otros eran de gigante y algunos parecían de anciana. Como no hallaba lo que buscaba, seguía escondida. Hasta que un día se armó de valor y se dijo: “saldré descalza”. Y así lo hizo.

Pisó la tierra y descubrió que le gustaba mucho. Se sintió tan bien en contacto con el suelo que cuando una señora le advirtió que si seguía andando descalza, se podría hacer daño, ella le contestó:”me arriesgaré”. Así que Gabriela siguió andando y andando hacia donde la llevaban sus pies. En el camino se encontró con una gran piedra y allí se durmió acurrucada.

Entonces, sintió que alguien le contaba una historia que la inundaba de tanta paz … Era una voz que la embelesaba. Pero, cuando se despertó, buscó al magnífico narrador por todas partes y no pudo encontrarlo. Entristecida, miró al cielo y allí estaba. Un hermoso y alado caballo blanco era el contador de cuentos, el mismo que había echado a volar para no asustarla.

Pero, cuando vio que Gabriela lo miraba y lo llamaba con todo su ser, descendió. Después la invitó a que subiera en su lomo y cabalgaron entre las nubes. Hasta que la niña desde lo alto creyó ver en la tierra a su animal preferido. Pegaso descendió suavemente y la dejó junto a un caminito de hormigas. Gabriela, había vislumbrado la hilera de color azabache desde el cielo. Amaba a las hormigas porque ellas habían sido sus más fieles amigas en las horas más oscuras.

Las hormigas la llevaron a su hormiguero. Y allí debajo de la fronda, encima del hormiguero, descubrió los zapatos más maravillosos que hubiera visto jamás. Eran unos zapatos plateados que brillaban con destellos de oro blanco, cuando les daban los rayos del sol. Pero, su belleza inusitada se la conferían los diamantes tornazulados que las hormiguitas habían sacado de lo más hondo de la tierra. Ellas mismas, cual hábiles zapateros, habían creado los zapatos más bonitos que nadie pudiera imaginar.

Gabriela quiso cogerlos para probárselos, era como si la Madre Tierra se los brindara. Sin embargo, antes miró a Pegaso y éste asintió con mucho cariño diciéndole :”te lo mereces”. Con mucho cuidado se los calzó y descubrió que estaban hechos a su medida. Cuando Gabriela se los puso y respiró…, respiró su magia porque eran unos zapatos muy especiales.

Cuando empezó a andar con ellos se quedó asombrada, porque cada vez que se cruzaba con alguien se planteaba imperiosamente una pregunta: ¿cómo puedo maravillarlo? Y entonces los zapatos comenzaban a relumbrar y no dejaban de hacerlo hasta que a la niña no se le ocurría una idea brillante para sorprender a aquella persona. La vida de Gabriela se llenó de resplandor porque, gracias a sus zapatos, había descubierto el oficio más bonito del mundo. Y es que los zapatos de Gabriela, eran zapatos de Hada madrina.

 

 

Carmen y Rosa María Badillo Baena presentando el libro: El carrusel de los secretos, en la Biblioteca de los Boliches (Fuengirola-Málaga)