Avanzadora

Rosa Mária Badillo Baena

Relatos

                                                                                    AMOR DE FONDO

En la calle del Olvido, Milagros tuvo un percance con su furgoneta celeste. La que su padre le compró, cuando hizo en vida el reparto de la herencia entre sus hijos, porque con ella sabía que le regalaba la libertad. Y así fue, gracias a este vehículo podía ir al lugar quisiera sin estar limitada por las escasas comunicaciones del pueblecito donde vivía.

Como siempre Milagros salió de madrugada para ir a trabajar a la ciudad, los faroles del pueblo aún estaban encendidos. Sus luces cálidas bañaban las calles del amanecer. Para Milagros eran mensajeros de una sabiduría invisible, su presencia era el mejor saludo que podía recibir en el nuevo día; a ella le recordaban que tenía que brillar con luz propia.

Esa mañana cuando llegó a su destino, la ciudad estaba envuelta en una niebla espesa que desdibujaba las esquinas de las casas, lo que hizo que perdiera la visión y rozara con un muro de piedra. El impacto provocó que cayera al suelo el retrovisor de la parte derecha del coche. Para no impedir la circulación, Milagros fue a aparcar a una plaza que había en las proximidades y, después, volvió al lugar del suceso. Cuando llegó, los barrenderos ya habían pasado y se habían llevado el retrovisor.

Entonces, no se le ocurrió otra cosa que llamar al trabajo para contar lo que le había sucedido y decir que iría más tarde. Pues por encima de todo quería recuperar la pieza dañada. Así fue como inició el recorrido de la calle más larga de la ciudad. Había oído decir que era tan larga como una vida; pero, esto no la amilanó, muy al contrario fue un incentivo para probar su intuición. Comenzó preguntando a los vecinos si sabían quién había barrido la calle a esa hora. Un grupo de mujeres le indicaron que tenía que preguntar por Alicia, la barrendera que siempre iba vestida de esperanza, pues llevaba un mono verde fluorescente.

De este modo, Milagros se fue adentrando en el alma de la calle más antigua de la ciudad y, también, la más humilde. Apenas había un adorno, sólo se escuchaban las voces abigarradas de las ancianas pidiéndole a un concejal que arreglara las aceras, cuyas numerosas grietas estaban florecidas por dejadez. Ahora, Milagros comprendía porque llamaban a ese lugar la calle del Olvido.

El sol empezó a brillar en todos sus dominios y la mujer se quitó la rebeca roja que llevaba. El aroma del café y el pan recién tostado se colaba por las ventanas de las viviendas perfumando el ambiente. Era como un reloj natural que hacía que los escasos viandantes, que volaban como pájaros, se parasen y entraran en algún bar para tomar la primera comida del día. Milagros no tenía hambre, estaba un poco sofocada por el calor y aprovechó para sentarse en un escalón para descansar de aquella aventura inesperada. Se sorprendió de sí misma porque no se había tomado a pecho el percance y se dio cuenta de que ya había aprendido a aceptar la vida como venía. También se sonrió porque sabía que, aunque su pelo estaba cubierto de canas, su cuerpo era joven y mucho más su alma que, como le decía su abuela, estaba preñada de maravillas.

Después de tomar aliento continuó la búsqueda. Preguntó a unas niñas que jugaban con una pelota y éstas le dijeron que Alicia podía estar en el camino de hojas amarillas. Una de las chiquillas le susurró al oído a la que tenía una hermosa flor en el vestido, que no se olvidara de decirle lo del sombrero. Y la más espavilada se adelantó unos pasos y le comunicó a Milagros que la barrendera tenía un sombrero de de paja de múltiples colores, que cuando la viera la reconocería porque parecía que se había puesto por sombrero al arco iris.

La calle ya llegaba a su fin, cuando Milagros vio a su izquierda una callejuela. Al fondo se vislumbraba un camino tapizado por multitud de hojas verdes, ocres y amarillas. De pronto, distinguió una silueta de mujer barriendo lo imposible. Era bajita, de unos cincuenta años y por su vestimenta cumplía todos los requisitos de ser la persona a quien buscaba. Lo curioso fue que sin presentarse ni contarle nada, Alicia metió su mano en una bolsa de basura y sacó el retrovisor, el mismo que le entregó con una amplia sonrisa.

Era evidente que ya había sido avisada. Milagros se dio cuenta de que los habitantes de aquella calle habían formado una red de ayuda para que, ella, una desconocida encontrara lo que necesitaba. En ese momento, a Milagros le nació un amor muy grande dentro de su corazón, que la colmó de gratitud hacia todos los seres humanos. Un sentimiento muy hondo la inundó con la certeza de que todos estábamos unidos por un amor que iba más allá de lo físico, del tiempo y del espacio. Sintió como si hubiera un amor de fondo que nos conectara a todos y sobre el cual cabalgaban todos los hechos y las situaciones de la vida.

Cuando Milagros se fue de allí, ese sentimiento de plenitud no la abandonó en todo el día. Aprendió que todo acontecimiento en este mundo guarda un bien mayor y que aquel accidente le había traído un enorme regalo: una experiencia mística que había hecho que su nombre adquiriera el brillo de todo su significado. Ahora, sí, sentía que su nombre iba a ser su mejor abrigo durante toda su existencia, pues le recordaría, cada instante, que tenía que vivir la vida como un milagro.

                                                                                                TRANSFORMACIÓN
 

Valentina Coronado era una costurera a la que la vida había sonreido. Pues tenía una tiendecita llamada “Aguja y Dedal” que marchaba estupendamente. Gracias a ella podía mantener a sus tres hijas y vivir dignamente.

La mujer podía haber sido muy feliz si no hubiera sido por sus hijas que no valoraban su esfuerzo. Su madre, para ellas, era una criada cuya única misión era servirlas. Se consideraban superiores y la trataban como una esclava: todo eran exigencias.

Valentina permitía sus abusos porque temía que se fueran de su lado, no quería perderlas. Pero, su cuerpo se iba resintiendo cada vez que se dejaba avasallar. Poco a poco se iba mermando su salud, se sentía débil, no tenía ganas de vivir.

Su doctora le mandó hacerse una prueba y fue al hospital. Cuando entró al recinto, algo le llamó poderosamente la atención: una exposición de fotografías de mujeres que habían tenido cáncer. Se vio como en un espejo. Sintió que si seguía satisfaciendo a sus hijas en contra de sí misma, se vería así. Ella bien sabía que les estaba dando, a costa de su salud, lo que no podía dar y que jamás sería suficiente.

Parecía que las mujeres de aquella exposición le hablaban a voces. Habían gastado mucha más energía que la que tenían para dar. Habían soportado el negarse a sí mismas porque les habían enseñado que eso era amar a los demás. Vivir sacrificadas, sin amarse ni aceptarse a sí mismas ni respetarse, eso era lo que les había llevado a la enfermedad.

Saber esto, de pronto, hizo que a Valentina le diera un vuelco su corazón. Dios le había dado el mayor regalo que era la vida. Y ella, ¿qué estaba haciendo con su vida? En ese momento, se prometió a sí misma que cambiaría.

El primer mensaje que recibió, fue de una de las mujeres fotografiadas, que con una amplia sonrisa señalaba a una frase que estaba a sus pies:

En la vida…, elige caminar con quién ilumina tu sendero”.

Su compromiso fue tan sincero, que hizo que algo se abriera en su interior y pudo ver lo que antes había pasado desapercibido para sus sentidos. Así comenzó a darse cuenta de las señales que la vida le iba dando. Porque en la calle se encontró con un anuncio de una famosa marca de té, que parecía que lo habían puesto allí para ella. En él pudo leer: “Que tu brújula sea tu bienestar. Haz las cosas que te gusten…”.

Sí, la vida le hablaba conforme iba caminando. Entró en el supermercado y se encontró con otro mensaje en la sección de droguería. Esta vez estaba pintado con hermosos colores. Se trataba de un esplendido nenúfar que había sido elegido como motivo para dar publicidad a la colonia de moda. Valentina sabía el inmenso poder que albergaba esta planta extraordinaria: transformar el fango en la más bella flor.

 

Así que la modista decidió empezar a cambiar en ese instante. Sólo compró lo necesario para ese día y se dirigió a cumplir un sueño que nunca había realizado: ir a la Biblioteca de su barrio y sentarse a leer un ratito. Tomó asiento en la sala de revistas y respiró profundamente de satisfacción. No podía creer que había dado ese paso de gigante.

La portada de una revista muy conocida atrajo su mirada. Cuando la abrió se encontró con un artículo muy interesante titulado: ¡Cuidado, el personaje de la buena es una gran trampa! Continuó leyendo y se sorprendió de su contenido. Pues explicaba como el personaje de la NIÑA BUENA te lleva a querer que todos estén contentos para conseguir su aprobación. Esto hace que priorices a los demás por encima de ti y que te sacrifiques hasta la extenuación para lograr “que todo vaya bien”.

La autora calificaba este rasgo de la personalidad como infantil porque la madurez nos lleva a comprender que es normal que no todo el mundo esté satisfecho. Y dejaba una gran pregunta en el aire: ¿Seremos capaces de dejar que los demás se responsabilicen de sus vidas y de sus emociones?

Esa tarde fue a trabajar a su tienda, pues abría de cuatro a nueve de la noche. En el momento de cerrar la puerta, ya terminada la jornada, pasó por la puerta un camión enorme con un letrero de grandes dimensiones donde se podía leer: “Descansa”. Valentina se quedó pasmada porque si algo necesitaba era reposar y asimilar todo lo que le estaba sucediendo.

El fin de semana en vez de quedarse limpiando la casa como era habitual, decidió darse el gusto de ir al cine. Cuando se puso en la cola para sacar la entrada comenzó a dudar de si había hecho bien. Pero, atravesó sus miedos y sin darse cuenta ya estaba dentro de la sala.

Vio una película maravillosa basada en un hecho real. La protagonista aprendió a desarrollar su fortaleza frente a las personas que la querían anular, escuchándose a sí misma y siendo fiel a su verdad. No dejó que le afectara lo que le decían los demás. Su seguridad en sí misma la llevó a realizar lo que quería. Convirtió cada obstáculo que se le presentaba en su camino en una oportunidad. Esa fue la clave de su éxito.

Valentina Coronado salió muy contenta del cine. Volvió a su casa con otro talante; llena de energía, dispuesta a no dejarse atrapar por la oscuridad. Allí se encontró con sus tres hijas que le preguntaron: ¿Cómo que no está la cena hecha? A lo que ella respondió: “ He ido al cine y he visto una película preciosa. Si queréis comer podéis haceros una tortilla”.

Las hijas se quedaron con la boca abierta, no se podían creer que su madre hubiera ido al cine. Algo estaba pasando. Comenzaron a protestar y a reprocharle que hubiera salido. Como de costumbre empezaron a exigirle… Pero, Valentina les dijo: “Ahora, yo también os voy a pedir algo y es RESPETO. Si no os gusta lo que hay en la nevera. Eso es lo que hay. Además, os quiero decir que a partir de hoy vais a colaborar en la casa y en la tienda”.

Valentina habló a sus hijas con la fuerza de la coherencia. Parecía que todo había cambiado porque ella había cambiado. Había dejado de ser una niña llena de miedos y se había convertido en una mujer adulta que asumía la responsabilidad de su vida. Por primera vez, no necesitaba la aprobación de los demás, sólo ser fiel a su verdad. Cuando se había puesto a caminar a su favor, el camino se había abierto a sus pies.

* Las señales de las que se habla en el relato son totalmente reales. Están contempladas por la psicología con el nombre de sincronicidades. Este fenómeno que todos los seres humanos podemos experimentar, fue investigado por C.G. Jung. Este reconocido psiquiatra comprobó como una necesidad interna podía recibir del exterior una respuesta significativa de forma instantánea.